viernes, 13 de marzo de 2009

La Siesta


En el anterior post les conté sobre uno de mis grandes placeres; como se imaginarán, no es el único.

Cuando la conocí a Vicky lo primero que le dije fue que yo no dormía la siesta. Como a ella le gustaba, intentó convencerme reiteradas veces. Pero como buen cabezón que soy le seguía repitiendo que yo nunca dormí la siesta y que no iba a empezar a hacerlo ahora.


Bueno, como varios saben, un buen día sucumbí ante su insistencia y lo intenté. Fue un hito. Claramente hubo un antes y un después de esa siesta.


Lo más gracioso no es que hoy estoy casi toda la semana esperando a poder dormir la siesta, sino que desde el día uno sólo fueron necesarios 5 minutos para que caiga en un sueño profundo. Como se imaginarán todavía me carga cuando me imita diciendo “yo no duermo la siesta”.

La verdad es que antes de ella nunca pude dormir la siesta, y lo más llamativo es que sin ella aún no puedo hacerlo. Puedo estar muriéndome de sueño por una semana difícil o por haber salido la noche anterior pero si no la tengo a ella que se me acuesta en mi pecho, aunque quiera, no puedo conciliar el sueño. Es que lo que más me gusta de la siesta es el acostarnos abrazaditos uno encima del otro, poder sentir su peso, su respiración, su calor, y su infaltable olorcito. Al disfrutar conscientemente de cada una de estas cosas mi mente se despeja de cualquier cosa que esté alojada en ella y me invade la sensación de que tengo en mis brazos todo lo que verdaderamente me importa. Eso me da mucha tranquilidad y por cinco minutos, que es lo que tardo en dormirme, soy feliz. Es uno de esos ratitos donde uno se concentra en el hoy, en todo lo que uno tiene y en lo que está viviendo en ese momento.

Creo que lo más maravilloso de la vida en pareja es que hasta algo tan simple como es una siesta puede convertirse en toda una experiencia.

viernes, 6 de marzo de 2009

La Rutina


Si hay una palabra que odié durante toda mi adolescencia y que Nacho bien sabe que intento mantener lejos de mi es "rutina".
Cuando empezamos a salir con Nacho recuerdo que esta fobia mia a la rutina era mucho más notoria de lo que es ahora. Por ejemplo, si él quería invitarme al cine tenía que preguntarme 10 minutos antes de que arranque la película porque sólo en ese momento iba a saber realmente si tenia ganas de hacer eso o si prefería hacer alguna otra cosa. Obviamente nos quedamos sin entradas muchas veces.
Esta característica mia- que a muchos puede resultarle insufrible - a Nacho parecía desconcertarlo a tal punto que le encantaba (exceptuando las veces que nos quedabamos sin película). Por las pocas cosas que contaba, me di cuenta de que él mismo venía escapando de la rutina. Y me encontró a mi, una especie de Jack Sparrow timoneando una embarcación anti-rutina.

No se si mis años fueron increyendo, si con Nacho nos hemos acoplado, o si descubrí que-como en la mayoría de las cosas- uno puede encontrar algo bueno o positivo de aquello que alguna vez sólo parecía tener una connotación negativa.
Puede que sea un combinado de aquellas tres cosas. Lo cierto es que hoy disfruto de muchas cosas que sé que encajan dentro del término rutina. Y me encanta.
Sé que para que algo se convierta en rutina uno debe repetir siempre su acción, tener un hábito. La constancia no es lo mio, lo sabemos. Por eso lo que más disfruto es mi rutina de todas las mañanas que no implica, al menos para mí, ningún esfuerzo. Acá va: todas las mañanas disfruto que Nacho ponga 30 minutos antes el despertador y quedarnos abrazados semi-dormidos. La rutina se repite todos los días: Nacho se levanta, va al baño y cuando está listo para salir yo estiro los brazos con los ojos cerrados pidiéndole que vuelva a la cama. Y así nos quedamos sin querer dar señales de vida al mundo exterior, aunque en realidad sabemos que los dos estamos despiertos. Bueno, él mas que yo.